La señora Olmos se disponía servir la merienda cuando el sonido del timbre la interrumpió. Al abrir la puerta se encontró con dos desconocidos, que se veían visiblemente pálidos y preocupados. Cuando la señora les pregunto lo que deseaban, los hombres le dijeron que debía comunicarle algo muy importante sobre su madre. Intrigada, los dejo pasar y ofreciéndoles asiento se dispuso escuchar. Los hombres dijeron haber encontrado su madre caminando por la carretera, a unos 250 km de ahí; siendo ya muy tarde por la noche pensaron que la anciana necesitaba ayuda y se detuvieron.
La mujer, sonriendo y aparentemente sin temor alguno, les explicó que se dirigía ver a su hija y pensaba hacerlo a pie o bien aceptando la ayuda de los automovilistas que circulaban en la misma dirección. La anciana subió al auto y durante parte del viaje conversó animadamente, contándoles orgullosa muchos detalles acerca de la familia de su hija; pues sí que se enteraron de su nombre dirección. Después de un buen trecho, los hombres se enfrascaron en discusiones de negocios y olvidaron a la dama. El motivo de la visita, dijeron a la señora quien estaba visiblemente afligida, era comunicar la gran preocupación de ambos, ya que inexplicablemente su señora madre había bajado del auto sin que ellos se dieran cuenta; temiendo que hubiese caído, regresaron a recorrer palmo a palmo la ruta, encontrando solamente las huellas de los pies de la anciana justamente en el lugar donde la habían recogido, asegurándose con ello de no haber sufrido una alucinación. La señora Olmos trajo entonces una foto y la mostró los hombres; ¡si ella era sólo que vestía con traje color rosa! La mujer rompió a llorar, diciendo: “era mi madre, efectivamente, pero ella murió justamente hace tres años, y con ese vestido rosa la enterramos”.